ZARABANDA



DESDE que comencé a escribir esta novela, en febrero de este año (2011), tuve como norte de mi escritura, su título, La Sima, no por capricho, sino porque hablaba de una sima que existe en el país en el que vivo y que es símbolo de otras simas. Lo escribí en una entrada de mi blog titulada así, La Sima. De hecho la primera cubierta que hizo Casajordi tenía ese título. 
Los asuntos de los que trata tienen que ver (en la ficción) con una sima a la que han sido arrojadas víctimas de atropellos o de ajustes de cuentas, desde la tercera Guerra Carlista hasta ahora mismo si me apuran, pasando por la Guerra Civil o los episodios del contrabando y el paso de personas através de la frontera... Ese mundo existe. He vivido en él los años suficientes como para darme cuenta de algo de lo que bullía en sus trastiendas.
La sima se encuentra en un territorio fronterizo, al que llamo Humberri, entre Navarra y el País Vasco francés, considerado por la industria turística como un lugar idílico. 

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Si en agosto/septiembre de 2011 hubiese sospechado la marranada que me iba a hacer la agente literaria Antonia Kerrigan, nunca habría aceptado cambiar ese título. Y no lo hubiese cambiado porque el núcleo central de la novela era y sigue siendo una sima. Y de la charrada ya hablaré, con todo detalle además, en otro lugar.


"En clave de farsa", Juan Ángel Juristo en ABC de las artes y de las letras (pdf)

"Bucando una historia bonita", por Gregorio Morán, en "Sabatinas intempestivas", La Vanguardia, 19.11.2011, en Reggio's.



Retrato de grupo con cadáver
Juan Ángel Juristo, en Cuadernos Hispanoamericanos, Número 739, Enero 2012.
Después de Cornejas de Bucarest, una novela que recalaba en la investigación y descubrimiento de una realidad desconocida en apariencia pero muy similar a la de nuestro pasado, donde la Rumania actual se cruza en una extraña secuencia espacio-tempo- ral con el imaginario de una España atizada por el costumbrismo el esperpento y la crónica negra, Sánchez-Ostiz ha publicado la que creo es una de sus obras mayores, junto a Las pirañas y La flecha del miedo, y que debería descollar entre las mejores de los últimos años, Zarabanda. Se trata de una narración donde la farsa se enseñorea de una realidad hasta límites insospechados, consiguiendo cotas delirantes que pocos autores han conseguido, y que recuerda sobremanera al Céline de Fantasía para otra ocasión en el tono intenso y un tanto de pesadilla con que los personajes miran una realidad que a su vez describen pero que, en el fondo, se les escapa.
La novela es deudora de varias tradiciones, en las que el autor ha incidido en muchos de sus libros. Desde luego la de la farsa española, muy rica desde la aparición de la novela picaresca, a cuyo auge floreció una especie de crítica social que más tarde se constituyó en género, pero sobre todo la del esperpento, un esperpento que no bebe sólo de aguas valleinclanescas sino que se extiende a una corriente muy presente en Europa y cuyo origen habría que encontrarlo en los fabliaux y en Rabelais como maestro absoluto. Esa manera de abordar la realidad, tan semejante a nuestro esperpento, infla los trazos a la manera en que la caricatura lo hace en el dibujo y su influencia llega hasta escritores como Louis Ferdinand Céline que dan una vuelta completa a ese legado: la farsa, en su vertiente esperpéntica, es ya la única manera legítima de enfrentarse a la realidad tal como es concebida en nuestro tiempo. Pero ese legado tiene sus fases. Su lado más armónico, más perfecto, es la del Céline de Viaje al fin de la noche y, sobre todo, de Muerte a crédito. Es este aspecto el que más ha influido en la concepción de la farsa que tiene Miguel Sánchez-Ostiz. También, como no podía ser de otro modo, la del expre- sionismo alemán, en especial Alfred Dóblin y Gottfried Benn. No hay más que contemplar determinados aspectos de La flecha del miedo y de la voz propia de su personaje Mabuse para darse cuenta de ello.
Zarabanda posee improntas muy intensas de ese legado celiniano pero aquí no se incide en el aspecto onírico de un personaje determinado porque la novela no está escrita en primera persona, cosa que facilitaba esa atmósfera. Por el contrario, la novela es una narración coral, hecha de múltiples personajes: el hallazgo del cadáver de un travesti en una calera en la región de Humberri, localidad de ficción que ya había empleado en anteriores novelas suyas, es el detonante para que seis personajes rememoren, en su imaginario, fantasmas de desapariciones que tuvieron lugar en Humberri y que estuvieron relacionadas con el mundo del hampa, con crímenes de la Guerra Civil, con el tráfico de personas, con el contrabando, con la inmigración clandestina, en una especie de ensoñación siniestra en un mundo rural que recuerda en su opacidad, en sus miedos ancestrales, reprimidos, en su legendario modo de presentarse, el mundo sureño descrito por Faulkner hasta la extenuación del tema mismo. Sólo que, al contrario del autor de El ruido y la furia la dimensión épica brilla por su ausencia y sólo nos queda la caricatura de un mundo cruel que en el imaginario se ha querido ver como una Arcadia de valles verdeantes donde cada uno se bastaba a sí mismo.
Los caracteres con que Miguel Sánchez Ostiz adorna a sus personajes es uno de los gozos, y no menores, de la novela. Está un tal Chandrios, que algunos pueden confundir con ciertos rasgos apenas velados del autor mismo; está un médico, Doc, que recuer- da por su humanidad y su afición a ciertas dependencias al rotundo médico de la película de John Ford, La diligencia; hay otros, Silbido, Pistón, que beben nada menos que en fuentes shakesperianas, pero todos ellos, formado en una cuadrilla como no podía ser menos, se sienten menos ligados en su conmoción al deleite del vino o a cierta debilidad que producen los años, que también, sino al hecho mismo de que ese crimen les pone en el disparadero de asumir los fantasmas de su memoria que es, a la vez, la memoria de toda la comarca de Humberri. Miguel Sánchez Ostiz confesó en cierta ocasión que se sintió conmocionado por el crimen de Cordobilla, en que fue asesinada una vecina de la localidad vasca de Ituren, una historia real que se recoge en Zarabanda y que, con toda probabilidad, ha sido uno de los detonantes que han impulsado a su autor ha dar forma a esta novela.
Este barullo de voces narrativas acontece, otra de las claves, en época de Carnaval, toda una metáfora del especial mundo de Humberri, donde cada cual tiene apenas unos instantes para, a través de la máscara, disponer de su propia personalidad y dársela a conocer a los demás. Trasgresión social que Miguel Sánchez Ostiz aprovecha para ofrecerla condensada en el especial mundo estrecho, absorbente y miserable, del bar Jai Alai y las conversaciones que tienen en ese lugar los miembros de la cuadrilla, donde se ajustan cuentas que ocurrieron hace mucho tiempo, en los años cincuenta y sesenta, pero donde parece que no hay perdón posible ni olvido por estar sepultadas en el rincón más recóndito de cada uno. Entre las conversaciones de la cuadrilla tiene lugar, en paralelo, la pesquisa policial, los informes forenses, la investigación propia que debería acontecer en cualquier narración donde se comienza por un asesinato. Sólo que aquí ese paralelismo se desplaza a otro lugar, mucho más dado a lo legendario, a la mentira,  a la fábula, y que acontece en las mentes de los miembros de la cuadrilla. Así, hay dos narraciones que corren parejas: por un lado la común en una narración policial, de trama negra, donde se describen hechos, descubrimientos, enlaces entre el asesinado y ciertos elementos muy presentes en Humberri pero debidamente velados, y, por otro, las alusiones, los dimes y diretes, las puyas que se lanzan los miembros de la cuadrilla en el angosto Jai Alai, una zarabanda de voces que finalizan, la resolución de la novela es una celebrada y justa apoteosis de lo que debe ser la literatura, en un bello mutis por el foro de los dramatis personae que han inter- venido en lo que, en definitiva, es una farsa dramática a la vieja usanza, sólo que escrita como una novela. No es este el único hallazgo de la narración, está lleno de ellos, pero si el más espectácular por acontecer al final y porque, en cierta manera, explica y justifica las páginas anteriores. Con este libro, ya digo, Miguel Sánchez Ostiz ha vuelto a lo mejor de su obra, a títulos como Las pirañas, sin ir más lejos, pero con una diferencia, la intensidad, aquí, se trastoca en luz crepuscular, en deje melancólico, como corresponde a la atmósfera del último acto, de lo que se explica justo poco antes de que caiga el telón. La novela acaba con una llamada a la complicidad del compañero del alma, del hipócrita lector, para que a través de este juego de sombras alcance una vis- lumbre de la verdad. El género de la farsa, de tradición larga en nuestro país pero utilizada apenas ahora, tiene en Zarabanda cumplida excelencia.  



Zarabanda
La institución medular de la sociedad vasconavarra no es otra que la cuadrilla. La cuadrilla es sagrada, intocable, el tótem de la tribu, la caja de las esencias, el copón de la baraja. “Zarabanda” (Pamiela) es la novela de una cuadrilla que tropieza con el cadáver de un travesti en una vieja calera de la que pronto empiezan a salir toda clase de fantasmas en tétrica procesión. La cuadrilla ya no es aquella alegre, aunque sombría, panda felliniana de “I vitelloni”. Han pasado los años y el tiempo los ha dejado a todos para el arrastre. Los sueños se los comieron los gusanos. Hay demasiadas cruces en la agenda y demasiados agujeros en la memoria. Les queda el alcohol y la comida en el Jai-Alai y están dispuestos a tragar hasta reventar, como en “La grande bouffe”.
Miguel Sánchez-Ostiz ha vuelto a Humberri, la frontera del país de la niebla, para hacer sonar la flauta shakesperiana del Rumor, donde soplan las sospechas, los recelos y las conjeturas. La zarabanda del título es una melopea de voces cínicas, oscuras, amordazadas, cobardes, lúcidas, derrotadas. Voces que se pisan y se escupen y no pueden parar de ladrar, cotorras de guiñol que se aclaran la garganta apurando la cerveza agria de Flann O’Brien, esa que hace hablar por los codos a los muertos.
La calera, la sima, la ciénaga, el pozo negro al que van a parar los sin nombre, los sin papeles, los que sobran porque alguien decide que sobran, los que nunca disfrutaron de la protección de la cuadrilla. La leyenda fúnebre de la sima se remonta al menos a la Tercera Guerra Carlista. Desde entonces ha sido la tapadera de demasiados crímenes, “el aliviadero de la mala memoria de Humberri”, un agujero en el que la mayoría prefiere no meter las narices, por si acaso.
Publicado en Heraldo de Aragón, 8.12.2011

El reverso de la postal
por Pablo Martínez Zarracina 
La última novela de Miguel Sánchez-Ostiz, 'Zarabanda' (Pamiela), comienza con la aparición de un cadáver en una sima del «valle idílico» de Humberri, ese territorio literario que resume el reverso de la postal vasca (el Bidasoa en primer plano) y aparecía ya en otros libros del autor, como 'El corazón de la niebla'. El cuerpo descubierto en la sima está quemado y mordido por las alimañas. Pertenece a un travesti que probablemente trabajaba en un burdel de la zona. A su alrededor, se alza de inmediato un coro de voces zumbonas, sabihondas y grotescas.
El coro está formado la alegre tropilla del bar 'Jai Alai', una cuadrilla de personajes locales entrados en años que asisten al espectáculo con una mezcla de interés cotilla y brutalidad 'jatorra'. Allí está Silbido, «filarmónico, artista y chisporro»; Vizcarra, «el filósofo maldito de Humberri»; Pistón, chamarilero e historiador; Doc, médico atormentado y crepuscular, y Chandríos, abogado sin suerte y con intereses literarios, además de trasunto aproximado del autor.
Los amigos incorporan el suceso a la conversación de cuadrilla que, entre idas, copas y venidas, entre enfados insalvables y efusiones sentimentales, vienen manteniendo desde hace años. Así se enteran de que parece que alguien vio los zapatos rojos del muerto sobresaliendo en la sima y tiró de ellos porque entendió que había encontrado un 'galtzagorri' y pensó que algo de dinero se le podría sacar al hallazgo de un duende. Para marcar la peculiar temperatura ética de Humberri, señalemos que el precinto con el que la policía delimita la escena del crimen no tarda mucho en volar para aparecer «amarrando alguna cerca improvisada».
A partir del hallazgo del cadáver del travesti misterioso, las voces de los amigos se entremezclan en una discusión de taberna que va cambiando de temas y saltando en el tiempo, descubriéndonos un paisaje de crímenes silenciados, desde los de la Guerra Civil hasta los de ETA y los grupos parapoliciales, pasando con los que tuvieron que ver con el contrabando, la inmigración o simplemente con el odio en su entrañable variante intervecinal. Sánchez-Ostiz eleva ese tumulto, esa zarabanda burlesca, descacharrante y atroz a la categoría de esperpento y nos hace pensar en un 'Ruedo Ibérico' ferozmente vasconavarro.
Al mismo tiempo que en la charla va componiendo la historia negra de Humberri, los protagonistas van desvelando también sus propias biografías, todas ellas algo descabaladas y picarescas, rebosantes de alcohol y en algunos casos incluso de manicomios. También ellos tienen mucho que ocultar debajo de su aspecto noble y bonachón, detrás de su alegría constante y fanfarrona.
Lo que ocurre con la intimidad de los habitantes de Humberri es lo que sucede en el mismo Humberri, un lugar donde los secretos se entierran y los cadáveres se esconden en un lugar propicio: «La sima era como la despensa de la mugre de una vasta región en la que parecía confluir todo lo que de siniestro se desarrollaba debajo de un mundo idílico, idílico de verás, valles tranquilos, pacíficos, habitados por una gente de convivencia fácil, de verdad fácil, con mucha gastronomía de culto, y clero, clero, porque sin clero no hay culto que valga, y aquí hay mucho culto, mucho potaje...»
Tras la notable 'Cornejas de Bucarest', Miguel Sánchez-Ostiz nos entrega esta novela que no debería pasar desapercibida. Se trata de una pieza satírica que en sus mejores momentos parece escrita por un Valle-Inclán que hubiese leído con aprovechamiento a Thomas Bernhard. El resultado es un libro que avanza como una avalancha: aumentando la velocidad y los destrozos. Su lectura se termina con una certeza admirada y agridulce: esas trescientas páginas encierran la radiografía moral de un país «en el que la mentira es la verdad con el apoyo de la cuadrilla».
Publicado en el suplemento Territorios, de El Correo, de Bilbao.
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